«El escándalo de la Cruz». Meditando con el Padre Pablo.

Donde hay rebelión, no hay paz. Donde hay rebelión no puede estar la Sabiduría Divina, la Ciencia de la Cruz.

Por: Rvdo Padre Pablo García Beck

El Cristianismo sin cruz es una enorme falsificación del Evangelio

DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO CICLO A

Lo que dijo Jesús en la cruz


Cuando Jesús presenta a los apóstoles el programa decisivo de su misión, no es solamente el mundo el que se escandaliza de la cruz, sino también y en primer la Iglesia.

Esta Iglesia se compone de hombres, todos los cuales querrían huir lo más lejos posible y durante el mayor tiempo posible del sufrimiento. Sin embargo, la cruz es un camino de santificación.

Todos tienen sus calvarios, pero mientras unos se rebelan contra el Altísimo, otros saben sufrir como Cristo y se dejan llevar por los misteriosos caminos de Dios. La rebelión es una grande tentación para los seres humanos.

Frente a los numerosos viacrucis de la vida, el corazón humano parece pedir explicaciones y encararse con Dios que permite los sufrimientos. La rebelión tiene en su origen una tentación del Maligno, que es rebelde y homicida por naturaleza. Donde hay rebelión, no hay paz. Donde hay rebelión no puede estar la Sabiduría Divina, la Ciencia de la Cruz. Donde hay rebelión se ha oscurecido el corazón humano y ha extraviado la confianza en el Señor.

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De ahí que, debemos procurar superar la rebelión, esto es, superar ese estado en el que el alma desea constituirse señor y dueño de sí mismo, sin percibir que no es posible vivir según Dios sin mortificar, a veces muy dolorosamente, al hombre viejo.

El hombre viejo, según Adán pecador, coexiste en cada uno de nosotros con el hombre nuevo, según Cristo; y entre los dos hay una absoluta contrariedad de pensamientos y deseos. Necesitamos morir en la cruz al hombre carnal y renacer al hombre espiritual. No es posible participar de la Resurrección de Cristo sin participar en su Pasión crucificada.

Se comprende, pues, que Jesús no hubiera podido enseñar a sus discípulos el valor y la necesidad absoluta de la cruz, si Él no hubiera experimentado la cruz, evitándola por el ejercicio de sus facultades divinas.

Es evidente que quien calmaba tempestades, daba vista a ciegos, podría haber evitado la cruz. Pero la aceptó, porque sabía que nosotros la necesitábamos absolutamente para renacer a la vida celestial.

Era necesario que el Viviente padeciera la cruz, para que participando nosotros en ella, alcanzáramos por su Resurrección, la santidad, la vida de la gracia sobrenatural. Por eso, el Pueblo de la Alianza Nueva y Eterna se entiende a sí mismo como discípulo del Crucificado. Esto significa que las cruces nuestras son verdaderamente cruz de Cristo, son como astillas del madero de la cruz, y participan de todo su mérito y fuerza santificante en favor de nosotros y del mundo entero.


En un mundo descristianizado, que se avergüenza de la cruz, de la cruz de Cristo, que ridiculiza la genuina espiritualidad católica del misterio pascual, calificándola de dolorista, que niega el valor redentor del sufrimiento, el apóstol de los últimos tiempos proclama que los testigos de la pasión de Cristo son a la vez testigos de su resurrección.


El camino de la cruz - Protestante digital

El Cristianismo sin cruz es una enorme falsificación del Evangelio; ya que, nuestra vida, es compartir el camino de Jesús, que es el camino de la cruz, para llegar a la gloria. A la Beata María Concepción Cabrera de Armida, la dijo el Señor:

Yo soy la Cabeza y el alma de la Iglesia y todos los míos son miembros de ese mismo Cuerpo, y deben continuar en mi unión la expiación y el sacrificio hasta el fin de los siglos. Concluyó mi pasión en el Calvario pero los que forman mi Iglesia deben continuar ellos la pasión, ofreciéndose en reparación propia y ajena a la Trinidad, en unión mía, siendo victimas con la Víctima. Yo no necesito de nadie para salvar al mundo; pero todos los cristianos deben sufrir en mi unión cooperando a esa misma Redención para la gloria de Dios y glorificación propia.


Ciertamente, si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no se trata de un designio cruel del Padre Eterno. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que debía curarnos: una enfermedad tan grave y. mortal que exigía toda su Preciosísima Sangre. De hecho, con su muerte y su resurrección, Jesús derrotó el pecado y la muerte, restableciendo el señorío de Dios. Pero la lucha no ha terminado: el mal existe y resiste en toda generación y, como sabemos, también en nuestros días.

La lucha entre Cristo y el Anticristo todavía no se ha dirimido.

En esta batalla los apóstoles de los últimos tiempos tienen su puesto. Y su arma principal es la cruz. El Salvador no está solo en el camino de la cruz sino también hombres de buena voluntad que le apoyan; como modelo tenemos a Simón de Cirene y la Verónica. Y cualquiera que a lo largo del tiempo haya aceptado un duro destino en memoria del Salvador sufriente, o haya asumido libremente sobre sí la expiación del pecado, ha expiado algo del inmenso peso de la culpa de la humanidad y ha ayudado con ello al Señor a llevar esta carga; o mejor dicho, es Cristo-Cabeza quien expía el pecado en estos miembros de su cuerpo místico que se ponen a disposición de su obra redentora en cuerpo y alma; destacando la Madre de Cristo.

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Jesús le dijo a la Beata María Concepción Cabrera de Armida:

María fue la escogida entre todas las mujeres para que en su virginal seno se obrara la Encarnación del Divino Verbo y desde aquel instante Ella, la sin mancha, la Madre Virgen, la que aceptó con el amor y la sumisión más grande que ha existido en la tierra hacia mi Padre, no cesó de ofrecerme a Él como víctima que venía del cielo para salvar al mundo, pero crucificando su Corazón de Madre a la divina voluntad de ese Padre amado. Y me alimentó para ser víctima consumando la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado. Y un mismo sacrificio era el Mío en la cruz, como el que se obraba en su corazón. Siempre María me ofreció al Padre, siempre hizo oficio de sacerdote; siempre inmoló su Corazón inocente y puro en mi unión para atraer las gracias de la Iglesia.

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