La Nueva Venida del Hijo Jesús está avisando de la inminencia de la llegada del Reinado Eucarístico

La humanidad verá la Nueva Civilización del Amor, y en ella habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.

Por: Rvdo. Padre Pablo García Beck

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B

El tiempo de Adviento levanta un clamor enérgico llamando a toda la humanidad a preparar concienzudamente el corazón al Señor que ha de venir, mediante la observancia de la Voluntad de Dios. De facto, el Precursor de la Venida del Señor anuncia la Buena Nueva, a saber, la manifestación del Mesías, esto es, la Parusía del Rey de Amor; pregonando la espera activa del Señor y, consecuentemente, reclamando, a todos los hombres de buena voluntad, el abordar con esmero la conversión. El objeto inmediato de toda exhortación a la conversión es la llegada del tiempo de los tiempos, o sea, el final del tiempo de las naciones y el alborear de los Tiempos Mesiánicos, es decir, la última etapa de la historia de la salvación, denominada Cielos Nuevos y Tierra Nueva o Reino de la Divina Voluntad.

Una gran éxodo espiritual, que se va a realizar bajo la guía de un Nuevo Pentecostés y para el cual hay que predisponer el corazón. Una Venida Intermedia del Señor que liberará la faz de la tierra de la iniquidad de la Gran Babilonia. Aunque no tenemos un taxímetro divino del tiempo; si bien, calculamos los días y los años, pero nuestros cálculos resultan siempre cortos de miras; de hecho, nuestro cronómetro no es el del Altísimo, y así para Dios mil años son como un día, por eso algunos hablan con un tono de superioridad y de sarcasmo del retraso de la Hora de Dios, de una espera ingenua del Advenimiento del Señor; no obstante, la Precursora de la Nueva Venida de su Hijo Jesús está avisando de la inminencia de la llegada del Reinado Eucarístico.

De ahí que, está alentando a que estemos en gracia, intachables e irreprochables cuando acontezca la Parusía. Precisamente, la Reina de Todos los Santos insta en sus incontables mariofanías a la penitencia, al sacrificio, a la oración, a la práctica sacramental, a la adoración eucarística, en una palabra a la santidad. El mensaje de la Reina de los Profetas habla de un futuro que está próximo, en el que la humanidad verá la Nueva Civilización del Amor, y en ella habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Pueblo de la Resurrección pastoreado por Jesús Sacramentado. El Pueblo de la Pascua de los Nuevos Tiempos apacentado por la Voluntad de Dios. Por esta razón, María nos urge a la santidad.

Sobre el particular, el papa Benedicto XV enseñó que la santidad consiste, propia y exclusivamente, en la conformidad con el Divino Querer, manifestada en el constante y exacto cumplimiento de los deberes del propio estado. Exacto, luego, sin negligencias, solícito siempre por agradar a Dios en cada acción, dispuesto a abrazar con amor todas las expresiones de su Santa Voluntad. Constante: en todas las circunstancias y situaciones, aun en las menos felices y gratas, aun en los momentos oscuros de tristeza, cansancio y aridez; y esto día tras día.

Mismamente, el tiempo de Adviento es un tiempo de alegría que abre a la natividad de la Nueva Jerusalén. Este contento está personificado por el Precursor de la Venida del Señor que anima a la conversión, a darle la vuelta al corazón al mundo, al griterío confuso y sensacionalista de los medios de comunicación, a la agenda turbulenta y demoniaca de la Organización de las Naciones Unidas. Porque la gran primicia es el estertor de la estipe de Belial y el pronto triunfo del linaje de la Mujer vestida del Sol. Justamente, conversión y alegría van juntos. Porque es comprometerse en la victoria del Corazón Inmaculado de María sobre el Gran Dragón, con todas nuestras posibilidades.

Con esa determinación, la alegría del Señor se transparentará en nuestras vidas, alcanzará su plenitud con la entronización del Santísimo Sacramento del Altar en los Tiempos Mesiánicos, los tiempos de la plenitud terrena del Reino de Dios en la historia universal; donde la sociedad profesará públicamente su veneración y obediencia a Cristo Rey. De un modo u otro, preparar y acelerar el imperio de Jesús Hostia es la finalidad del Adviento. Al respecto, el papa Pío XI declaró:

no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, más también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado aceptará la dominación suavísima de Cristo Rey.

Nos encaminamos hacia la perversidad del caudillaje del Hijo de la Perdición, pero esto no impide que la directriz del apóstol de los últimos tiempos es actuar aquí en la tierra el plan divino de restaurar en Cristo todas las cosas, apresurar el día en el cual la humanidad entera pueda saludar el alba de un mundo mejor; de tal modo que el Reino salvador de Jesucristo, que es Reino de verdad y vida, Reino de santidad y gracia, Reino de justicia, amor y paz, se establezca firmemente en todo el orbe. Y esto no sólo orando, sino también proclamando y defendiendo el supremo dominio de Dios sobre los hombres.

El Papa Pío XII afirmó:

Nos queremos proclamar muy alto nuestra certeza de que la restauración del Reino de Cristo por María no podrá dejar de realizarse. ¡Oh soberana de los ángeles y reina de la paz, que por vuestra poderosa intercesión y vuestro auxilio constante se realice por fin el Reino de Cristo.

Es más, el Venerable Pío XII en una alocución aseveró:

El triunfo definitivo de la fe cristiana tal vez os parezca lejano todavía, pero sabéis que es necesario traer una a una, las piedras de la Ciudad Santa, que reunirá un día a todos los hijos del Padre en el gozo y el amor. Lenta, pero seguramente, la construcción crece: lejos de abandonarnos a la duda o al pesimismo, recordad las promesas del Señor, la de su asistencia indefectible, también la de su advenimiento.

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