Dios no es indiferente a las calamidades humanas

Dios se hizo tan cercano como para descender a la oscuridad de la muerte a fin de iluminarla con el esplendor de su vida divina.

Por: Rvdo. Padre Pablo García Beck

MIERCOLES DE LA TRIGESIMA CUARTA SEMANA AÑOS PARES

            Antes de describir la caída de la Gran Babilonia, el Libro del Apocalipsis visualiza la victoria del Linaje de la Mujer vestida del Sol, aludiendo a la Primera Pascua del Pueblo de Dios. Éste liberado de la opresión del Faraón, tipo del Anticristo, habiendo atravesado el Mar Rojo, coreó un cántico de acción de gracias, que en forma poética anticipaba la entrada en la Tierra Prometida.

De forma paralela, el Vidente de Patmos vislumbra al Nuevo Israel, vencedor de la Bestia, que después de su místico éxodo en el dolor de la persecución y de las pruebas de la Pasión de la Iglesia entona un cántico nuevo, el cántico de la Pascua de los Tiempos Nuevos; es la acción de gracias de los que habiendo salvado el atolladero de la impostura religiosa del Antagonista de Cristo, jubilosamente aguardan el Reinado del Corazón Eucarístico del Cordero de Dios, una vez se consume el Día del Furor de Dios.

A los apóstoles de los últimos tiempos que están en situación dramática, perseguidos por el Falso Profeta y martirizados por el Anticristo, San Juan les subraya la esperanza de que el triunfo de los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús es seguro; y aunque tengan que pasar por mil penalidades, van a terminar cantando un himno victorioso y pascual, por haber sido incorporados al Triunfo del Inmaculado Corazón de María y por haber mantenido integra la fe, con la ayuda de la Gracia.

De facto, frente a los poderes del mundo que se oponen a Dios y a la Iglesia, inducidos por Satanás, está el Cordero Degollado, esto es, el Resucitado con los suyos, que cantan su gloria y su triunfo en toda celebración de la Santa Misa. No están todavía en el Reino de los Cielos, sino en la tierra, desde donde alaban al Señor uniéndose a la liturgia celeste.

En cualquier caso, la plegaria de alabanza de la Iglesia, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, “es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios”, que sepultó en el mar tempestuoso del final de los últimos tiempos el caballo rojo y al jinete del Segundo Sello del Apocalipsis. De ahí que sea triunfal el cántico de los verdaderos hijos y servidores de la Santísima Virgen por la derrota del Gran Dragón y el justo juicio contra la ralea de Belial; más aún, porque el Pueblo de la Alianza Nueva y Eterna sobrevivirá a las insidias de Babilonia la Grande.

Al respecto, el Papa emérito Benedicto XVI señaló que “la historia no está en manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra”.

Dios no es indiferente a las calamidades humanas, sino que penetra en ellas realizando sus designios. Por eso, el periplo de la Gran Tribulación no será equívoco y sin sentido, ni estará a merced del Nuevo Orden Mundial.

Mismamente, el Concilio Vaticano II invita a escrutar, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos para encontrar en ellos la manifestación de la acción divina. Esta actitud de fe lleva al apóstol de los últimos tiempos a calar el Dedo de Dios que actúa en la historia y a abrirse así al temor del nombre del Señor, o esa al reconocimiento del misterio de la trascendencia divina.

En este contexto, el Papa emérito Benedicto XVI aseveró que “gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte”. En cierta ocasión, San Juan Pablo II dijo: “Quien cree no tiembla, porque, al tener temor de Dios, que es bueno, no debe tener miedo del mundo y del futuro”.

El himno de alabanza que entona el Pueblo de la Pascua de los Tiempos Nuevos señala que Dios es esencialmente el libertador. A Israel lo ha liberado del Faraón, prefiguración del Hijo de la Perdición, ha liberado a los hijos de la Mujer vestida del Sol de las fauces del Gran Dragón, ha liberado a los hombres y mujeres de buena voluntad de la esclavitud de la Bestia.

Por eso, el cántico dice que todas las gentes se postrarán ante el Señor, porque a fin de cuentas su obra liberadora en el fin de los tiempos se refiere a todos. Su intención es liberar y no castigar. Por ende, todas las personas son llamadas a salir de la Gran Babilonia hacia la Nueva Jerusalén, son llamadas a no caer en la tela de araña del Anticristo, luego, a ser auténticos en un mundo de falsedad; es más, a pregustar la inevitable victoria de la Luz sobre las tinieblas.

En definitiva, el Libro del Apocalipsis exhorta a mirar la realidad con los ojos de Dios. Levantando los ojos a la gloria de Dios en la oración, aprendemos a ver las cosas de forma nueva y a captar su verdadero significado. Es decir, a considerar el presente que vivimos con realismo. Ante las múltiples contrariedades del fin de los tiempos, el Cuerpo Místico de Cristo está llamado a no perder la esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del Humo de Satanás se enfrenta con la omnipotencia verdadera del Que Es, el Que Era y Ha de Venir, el Todopoderoso.

El caballo blanco y su jinete portando un arco y una corona, esto es, el Primer Sello del Apocalipsis, no solo es capaz de servir de contrapeso a la oscuridad demoniaca, sino de derrotarla en la historia. Dios se hizo tan cercano como para descender a la oscuridad de la muerte a fin de iluminarla con el esplendor de su vida divina, cargando con el mal del mundo para purificarlo con el fuego de su amor.

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