Sobre la caída de Babilonia la Grande

Jesús a María Valtorta

Por: Rvdo. Padre Pablo García Beck

JUEVES DE LA TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA AÑOS PARES

Sobre la caída de Babilonia la Grande, Jesús expuso a María Valtorta:Ahora te cojo de la mano para conducirte al punto más oscuro del libro de Juan. Los comentaristas del mismo han agotado su capacidad en muchas deducciones para explicarse a sí mismos y a los demás quien sea la Gran Babilonia. Con perspectiva humana, a la que no eran ajenas las calamidades marcadas por acontecimientos previsibles o acaecidos, han atribuido el nombre de Babilonia a muchas cosas. ¿Pero cómo no han pensado nunca que la Gran Babilonia sea toda la Tierra?”.

Continúa comentando Jesús a la mística italiana: “¿No es acaso la Tierra la gran meretriz que ha fornicado con todas las potestades de la tierra y del infierno, y los habitantes de la Tierra no se han prostituido a sí mismos: cuerpos y almas, con tal de triunfar en el día de la Tierra? Cierto que es así. Los delitos de la Tierra tienen todos el nombre de blasfemia, como los tiene la Bestia con la que se han aliado la Tierra y sus habitantes con tal de triunfar. Los siete pecados están como ornamento horrendo sobre la cabeza de la Bestia que transporta a la Tierra y a los terrestres a los pastos del Mal, y los diez cuernos, número metafórico, están para patentizar las infinitas infamias cumplidas con tal de obtener, a cualquier precio, cuanto su feroz avidez pretende. ¿Acaso no está la Tierra empapada de la sangre de los mártires, ebria por este licor santo que bebido por su boca sacrílega se ha transformado en filtro de embriaguez maldita? La Bestia que la lleva: compendio y síntesis de todo el mal practicado a partir de Adán para triunfar en el mundo y en la carne, trae detrás de sí a quienes, adorándola, se harán reyes de una hora y de un reino maldito. Como hijos de Dios, sois reyes y de un reino eterno. Pero os hacéis reyes de una hora y de un reino maldito cuando adoráis a Satanás, el cual no puede daros más que un triunfo efímero pagado al precio de una eternidad de horror. La Bestia, dice Juan, fue y no es.

Seguidamente, Jesús explica: “Fue, porque realmente ha existido; no es porque Yo, Cristo le habré vencido y sepultado”.

Para a continuación sostener: “¿No está la Tierra sentada sobre las aguas de sus mares y no se ha servido de éstos para dañar? ¿De qué no se ha servido? Pueblos, naciones, razas, confines, intereses, alimentos, expansiones, todo le ha servido para fornicar y cumplir desaforados homicidios y traiciones iscarióticas. Sus propios hijos, nutridos por ella con sangre de pecado, serán los ejecutores de la venganza de Dios sobre ella, destruyéndola, destruyéndose, llevando la suma de los delitos contra Dios y contra el hombre al número completo exigido por el detonar de mi: ¡Basta! La sangre de los mártires y de los profetas hervirá en esa hora, perfumando mi trono con agradable olor grato, y los surcos de la tierra que recogieron los gemidos de los asesinados por odio hacia Mí y recibieron sus estertores postreros, lanzarán un gran grito hecho de todos aquellos santos gemidos, y temblarán con una convulsión de angustia sacudiendo las ciudades y las casas de los hombres en las que se peca y mata, llenando la bóveda de los Cielos de voz que clama Justicia. Y habrá Justicia. Yo vendré. Vendré porque soy Fiel y Veraz. Vendré a dar Paz a los fieles y Juicio santo a los que vivieron. Vendré con mi Nombre cuyo sentido tan sólo es conocido por Mí y en cuyas letras se contienen los principales atributos de Dios de quien soy Parte y Todo”.

Vaticinando, finalmente: “Nombre que es corona sobre mi cabeza de vencedor de la Bestia y de su profeta, los cuales serán presos, confinados, sumergidos y sepultados en el fuego líquido y eterno cuya mordiente ferocidad es inconcebible para el sentido humano. Entonces será el tiempo de mi Reino de la Tierra. Por ello habrá una tregua en los delitos demoniacos para dar tiempo al hombre de volver a oír las voces del Cielo. Quitada de en medio la fuerza que desencadena el horror, descenderán grandes corrientes espirituales, como cascadas de gracia, como ríos de aguas celestiales, para pronunciar palabras de Luz”.

Pero también advirtió: “A la Babilonia que ahora surge y que tendrá su apogeo de imperio, sucederá un día la Jerusalén santa. Procurad que en ese día y en el Día sin crepúsculo, no se encuentre sobre vosotros la marca de los poderosos de Babilonia, de los luciferianos, de las filiaciones, de las excrecencias de Satanás, sino el distintivo santo, inconfundible, glorioso, del Hijo de Dios”.

Con todo, Jesús aclara a la mística italiana, que en 1943 estaba padeciendo la iniquidad de Hitler y Mussolini durante la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial: “Ahora estamos en el período que Yo llamo: de los precursores del Anticristo. Después vendrá el período del Anticristo que es el precursor de Satanás. Esto estará ayudado por las manifestaciones de Satanás: las dos bestias nombradas en el Apocalipsis. Será un período peor que el actual. El Mal aumenta cada vez más. Vencido el Anticristo, vendrá el período de paz para dar tiempo a los hombres, sobrecogidos por el estupor de las siete plagas y de la caída de Babilonia, de recogerse bajo mi enseña. La época anticristiana alcanzará su punto álgido en la tercera manifestación de Satanás, o sea cuando llegue la última venida de Satanás”.

De un modo u otro, después de la derrota del Anticristo y de la destrucción de Babilonia la Grande, en la Era de Paz que precede al Juicio Final, Satanás vendrá por última vez y encontrará secuaces por los cuatro rincones de la tierra; entonces tendrá lugar la Segunda Venida del Señor. De facto, Jesús le dice a María Valtorta:

En la hora de mi venida, cuando, como Dios, Rey y Juez, Yo venga a reunir a los elegidos y maldecir a los réprobos, arrojándoles adonde estarán ya para siempre el Anticristo, la Bestia, y Satanás, tras la suprema victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, Vencedor de la Muerte y del Mal, a estos elegidos que han sabido permanecer vivos durante la vida, vivos en el espíritu esperando nuestra hora de triunfo, les daré la posesión de la morada celestial, les daré a Mí mismo sin pausas y sin medida”.

En cualquier caso, acerca de la realidad de que la Gran Babilonia es toda la Tierra, la misma María Valtorta esclarece:

Jesús, al dictarme, me da a entender que, cuando dice Tierra, quiere decir mundo tomado no como globo compuesto de polvo y agua, sino como un ente moral, es decir, como conjunto de personas”.

Añadiendo la mística italiana: “Por esto puede decir sin contradecirse que la sangre de los mártires ha llegado a ser veneno para la Tierra que la ha bebido (en sus habitantes) con ira sacrílega y la ha derramado (en sus poderes estatales) con abuso blasfemo de poder temporal”.

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